Cuatro lectores.
Encima de la encimera (qué poco me gusta esta palabra, pero es que estaba encima de la encimera). Encima de la encimera. Empezamos bien. A ver si con el segundo intento nos centramos.
Tres lectores.
Sobre la encimera veo un sándwich envuelto en papel de plata. El sándwich es rectangular. Podría haber tenido forma triangular, pero es rectangular. No sé por qué, pienso que, manteniendo las demás variables iguales, engorda más un sándwich rectangular que otro triangular.
Dos lectores.
Con la mierda de la disquisición sobre las calorías y la forma he perdido otro lector. O lectora. Qué susceptibles están. Igual andan de lleno en la primera fase de proteínas de la Dunkan y no han querido seguir leyendo de sandwiches. O igual se han levantado a comerse un sándwich, mandando al Dunkan a la mierda.
Un lector.
Querido lector. Querida lectora. Dirigirse directamente a ti, rompiendo esta cuarta pared que también hay entre nosotros, supone cierto atrevimiento estilístico que…
…que…
Pues me he quedado solo.
Sólo yo y el sándwich. Puta encimera. Si hubiera elegido otra palabra, si hubiera puesto el sándwich de las narices en otro sitio, el tono de este post habría sido diferente. Lo era antes de escribir ese paréntesis en el que he encerrado mi queja.
Más que escribir sobre el sándwich y sobre el papel de plata y sobre cómo me gusta hacer una pelota con él y tirarlo a la basura y sobre la nocilla y sobre el placer de pasarse el cuchillo por la lengua para rebañar la nocilla que se queda pegada (sí, también pienso en esa escena de Drácula) y sobre la sucesión de colores de un sándwich (blanco, marrón, blanco, la bandera de la merienda) y sobre la seguridad de que Proust habría cambiado la magdalena por un sándwich de nocilla si lo hubiera probado, hombre, que no tuvo oportunidad, y sobre el pasado, y sobre el hecho de que hay algunas cosas que parece que no cambian, pero es mentira, porque nosotros sí cambiamos y, al hacerlo, lo demás no puede permanecer igual, piénsalo, ya verás que sí...
(tomo aire)
...más que escribir sobre todo eso, digo, me apetece comerme el sandwich. Voy a comérmelo antes de que alguno de mis hijos me vea y me diga que se lo estaba guardando de postre.
Mira, en dos bocados.
Y aquí se queda la cuarta pared, con migas y ya sin escritor.
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