lunes, 19 de septiembre de 2011

Ya sabes lo que pasa


De él sólo sabía su nombre, la empresa en la que trabajaba y su mail. Por la forma de escribir, diría que tendría uno treinta y pocos años. Y me lo imaginaba, no sé por qué, delgado. Sería curioso descubrir qué es lo que hizo que me lo imaginara así. Delgado.

Era poca la comunicación entre los dos. Me limitaba a mandarle las facturas y a preguntarle si había algún problema con ellas cuando, llegado el plazo, no veíamos el ingreso en la cuenta. Respondía rápidamente, diciéndome, educadamente, que se iba a poner en contacto con los de contabilidad y me lo imaginaba mandando un mail al instante para preocuparse por el pago de esa factura.

Las cosas iban bien entre nosotros porque, efectivamente, a los pocos días veía el dinero en el banco. Un tipo eficiente.

Una vez tuvimos que solucionar un problema relacionado con el tema de la prevención de riesgos. Faltaba uno de esos documentos que demuestran que has hecho esos ridículos cursos en los que te enseñan a no coger dos cables pelados que echan chispas si tienes los pies desnudos metidos en el agua.

Aprovecho para recomendaros que, aunque suene divertido, no lo hagáis en vuestra casa. Sólo, eso sí, si sois especialistas y gilipollas. Las dos cosas a la vez.

Conseguí en un par de días ese documento y él me lo agradeció con las palabras justas. Sin decirme nada, me imaginaba que le habían estado pidiendo esos papeles cada media hora y que pensaba que yo le iba a dar largas varias semanas. Pero todo se dio bien (a veces sale el sol durante unos minutos en el mundo de la burocracia) y pude devolverle sus favores.

Una buena relación que no daba para escribir “Cumbres borrascosas 2”, lo sé, pero teníamos la confianza de que el otro iba a hacer las cosas bien. El apasionante mundo administrativo del que tan pocas cosas buenas se han escrito.

Hoy, al mandarle una nueva factura, el sistema me ha devuelto un mensaje de error. Qué error ni qué cojones. Reenvío. Y u nuevo error. Y la comprobación de que el mail es el correcto y un nuevo reenvío. Así, peloteando en la red. Hasta que llega el tercer mensaje y ya sospechas que algo pasa.

Ya sabes lo que pasa.

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