jueves, 1 de septiembre de 2011

Punto blanco


En Radio 3 un periodista habla de Michel Houellebecq, de su vida, de su carácter y de sus libros. Es interesante porque aprendo cómo se pronuncia Houellebecq, que se me olvida en cuanto termina la sección, lo admito. El periodista habla francés y comenta su último libro, que se ha leído en rfancés porque no le ha llegado la traducción a tiempo.

Se me olvida cómo se pronuncia Houellebecq, pero hay dos cosas que no se me van a olvidar : que es un tipo deprimido (de esa extraña depresión que tienen todos aquellos que quieren algo, lo logran y los demás se lo reconocen. Nada que ver con la mía, la que se asocia al que se ha quedado en l primer fase, la de los que quieren algo y ahí están. Su depresión y la mía sólo se parecen en el nombre) y que le preocupa la obsolescencia de los objetos (que se queden viejos pronto).

Mi iPhone vibra un poco cuando oye esa palabra. Tengo que decir que lleva unos días bastante deprimido, así que en este momento, en el coche, todos andamos deprimidos. Su depresión, es real, no como la de Houellebecq, que suena a depresión pedante, o a la mía, más o menos literaria. La del iPhone está justificada porque el pobre terminal ya siente en la nuca el aliento del nuevo modelo, el iPhone 5, cuyos prototipos, parecen ya empiezan a olvidarse los ingenieros de Apple por las cafeterías.

Lo bueno de ser un iPhone es que brillas; lo malo es que tu vida es corta, lo que te convierte, en una especia de replicante en el mundo de los móviles. Aquí la Tyrell, por cerrar la imagen, sería Apple, con un ascensor muy alto en el que los iPhones subirían para plantearle sus quejas a Steve Jobs. Pero Steve Jobs ya no está.

Querría animar un poco a mi iPhone, pero vamos a un punto limpio a tirar cintas de video, un armarios, una pantalla de ordenador y dos almohadas. Mal día para que hablen de Houellebecq en la radio. Nada más entrar en el recinto del punto limpio, llama la atención la disposición de los contenedores, cada uno con el cartel de los desperdicios que puedes tirar ahí. Aceite de motor. Toner. Cartuchos de impresión. Pilas. Radiografías. Medicamentos. Colchones. Envases. Plásticos. Residuos electrónicos.

Un hombre se acerca con un mono naranja (el traje), te pregunta de qué calle vienes y por ese simple trámite ya puedes tirar y tirar con la conciencia de que, además, eres un tipo ecológico.

Da placer tirar cosas. Las arrojo con fuerza para que hagan ruido y así no escuchar las preguntas de mi iPhone.

-¿Algún día harás eso conmigo?

Le digo que no. No por lo menos, pienso, hasta que el iPhone 5 esté a buen precio. Arrojo cintas y cintas de video para ahogar también los comentarios de mi conciencia. Con tantas voces en mi cabeza no me extraña que no haya hueco para que se manifiesten las Musas.

Conforme tiro y tiro me siento más ligero. Experimento cierta eufórica borrachera. Si pudiera seguiría tirándolo todo sin contemplaciones. Todo. Hasta yo mismo me arrojaría a un contenedor si supiera cuál es el que me corresponde. No debo ser el primero que pasa por esta extraña fase porque el hombre del mono naranja se acerca hacia mí y me pregunta si me puede ayudar. Salgo del trance y me quedo mirando una bicicleta que hay aparcada junto a la puerta. Quizás sea la bicicleta del hombre del mono naranja. Se ve que está muy usada, pero capaz todavía de seguir rondando muchos años.

Creo que los replicantes sueñan con bicicletas viejas.

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