Una enfermera me da un papel con mi número y me dice que me fije en las pantallas porque ahí se me indicará cuándo me atenderá el médico.
Los códigos que nos dan son parecidos a los de los aviones, así que no hay que tener mucha imaginación para sentirse como en un aeropuerto. Cada código indica la salida de UN vuelo, aunque aquí no sabes cuál es su destino.
Espero. Espero bastante. Mi vuelo tarda en salir. Soy, básicamente, un tipo con retraso, incapaz de cumplir sus propios horarios. Para no ser demasiado duro conmigo, me digo que había muchos aviones en la pista, lo que es cierto.
GF5034, KN3405,JU3250,IJ2310,LO2341,ED4783,MN8876,AH3634,LO8132,WS3443.
Cuarenta minutos más tarde, veo, por fin, mi código y una puerta. Entro en el pequeño despacho. El médico, una persona mayor, se ha leído mi historial y me lo recita para que sepa que estoy en buenas manos.
-A ver esos análisis – me dice.
Y los recorre con un dedo mientras, en voz baja, va leyendo lo que dice, uniendo palabras, creando una única frase que parece un lamento o una oración.
-Todo bien – me dice – Esa variable del hígado sigue alta, pero no tanto. Uno se puede morir con cien años con ese valor tan alto.
Salgo de la consulta aliviado. Ha sido como el recorrido en una noria montado en un avión de mentira. Cuando se trata de salud, que la épica se la queden los demás.
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