El parque está lleno de niños y niñas corriendo de un lado para otro. En una mesa, que parece un pupitre, un miembro de la organización va anotando los nombres de los niños y el año en que han nacido. A su derecha tiene una caja con dorsales y a la izquierda un bote con imperdibles.
Los niños siguen corriendo y los padres hablando entre sí. Por las caras puedes saber quién se ha cogido las vacaciones y a quién le quedan días pendientes. Muchos de esos niños que ya han empezado su carrera particular llevan camisetas del equipo de sus padres. Hay de todo. Hay un Ronaldo, un Villa, un Messi, un Raúl, un Agüero, una camiseta del Rayo, una del Valencia, una de la selección española, una que no reconozco, otra de Ozil.
Le coloco a Daniel su dorsal. Después a María. Como son dorsales de adulto, les hace parecer más pequeños. Lo de los imperdibles les hace gracia.
-¿Seguro que os apetece correr? – les pregunto.
Hace media hora estaban terminándose el desayuno. Creo que un entrenador algo más profesional habría dejado algo más de tiempo, pero los dos dijeron ayer que querían participar en la carrera. Para que calienten, les digo que se vayan al parque.
El hombre del pupitre, además de organizado, tiene un silbato, y eso le convierte en la persona a la que hay que escuchar. Hace sonar el silbato y todos nos quedamos callados. Hasta los pájaros parecen fijarse en él para ver qué dice. Lo que dice es muy sencillo : los de menos de cinco años van a correr en dos grupos separados. Primero los niños y después las niñas. Así dicho parece muy sencillo, sí, pero en la línea de meta hay niños y niñas de todas las edades. El hombre del pupitre, que ahora es el hombre del silbato, vuelve a usar el silbato.
-¡A ver si los padres atienden, que los niños es normal que no presten atención!
Vuelve a explicarlo. Tengo que reconocer que me lo estoy pasando bien, como si estuviera dentro de un tebeo de Sempé y Gosciny. Los padres hacen más preguntas y cuando todo parece aclarado, se da la señal y los niños más pequeños salen corriendo. Algunos van de la mano de sus padres. Sólo tienen que dar una vuelta y al llegar a la meta les van entregando una bolsa de plástico con agua y chucherías.
Los siguientes en correr son los de seis y siete años. Corren juntos los niños y las niñas, así que Lucía y Daniel se colocan juntos en la línea de salida. Esta vez tienen que dar dos vueltas y cuando el hombre del silbato da la señal están a punto de pasar por encima de él. Estos tienen más energía.
Como Lucía va más rápido que Daniel, se va frenando para ver dónde está su hermano y no dejar demasiada distancia entre ellos. Llegan con muy poca distancia entre los dos, casi de los últimos. Nos sentamos en el césped con la bolsa de chucherías. Ahora el parque está lleno de niños con chucherías, esperando la entrega de los premios.
En la zona donde debe tocar la orquesta hay tres cajones de diferente tamaño con un número cada uno. El estilo no es muy bueno, como si lo hubiera hecho alguien de noche, pero es suficiente. A los primeros les dan una copa y para todos los demás hay medalla. Como Lucía ha sido la segunda de las niñas en llegar, se lleva una copa. Daniel parece satisfecho con su medalla y la lata de fanta de limón que había en la bolsa.
Los niños siguen corriendo de un lado para otro. Todos llevan su medalla al cuello, dorada con una cinta roja. Los padres no dejamos de hacer fotografías. Todos contentos.
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