lunes, 29 de agosto de 2011

Tarde en Ikea

Hay algo, niños, que jamás debéis hacer : ir al Ikea de San Sebastián de los Reyes el 29 de Agosto. Ese día es fiesta y, además, por la mañana sueltan toros por las calles. La gente, aprovechando que es fiesta y que ya está corriendo, se marcha al Plaza Norte, donde descubre que todo está cerrado menos el Ikea. Y si antes corría delante de un toro, ahora lo hace detrás de un carrito.

Como a mí mi madre no me dio ese consejo, soy uno de los que camina por los pasillos del Ikea. Mucha gente joven por el Ikea, tal vez siguiendo al Papa, que puede andar por aquí comprando algún mueble o complemento para su habitación de Roma. La gente es molesta y yo me incluyo entre el término gente, pero le da vida a las distintas exposiciones. Gracias a nosotros, que nos sentamos en la cama, que miramos detrás de los cuadros y que encendemos y apagamos lámparas, los escenarios tienen vida. Tanta vida que, a veces, puede llegar a sospecharse que la gente vive ahí, para que puedas hacerte una idea de cómo sería tu vida si compraras esa cama con esas lámparas. Así podría ser tu pareja y así tus hijos.

¿Recibirían con honores al Papa en la República Independiente de IKEA?.

Poco importa. Puestos a quitarle valor a las cosas, ni siquiera las camas, los cuadros o las lámparas importan. Todo lo que ves y tocas y hueles y mides no está ahí para que lo percibas y, en percibiéndolo, le des la categoría de ser. ¡Qué ser ni que leches! Tú estás ahí para probar al fuerza del vínculo que te une a tu pareja. No es la misma pareja la que entre un lunes a las ocho que la que sale a las nueve y media.

La pareja que sale unida del Ikea sigue unida. Lo sé. Y en esta tarde/noche de lunes he de reconocer que nosotros no pasamos la prueba de la pareja. Ni acercarnos al aprobado. En el fondo hay tantas cosas que reprocharle al otro en el Ikea, que lo raro es que uno no aproveche. Quizás ahora no haya motivo, pero es el momento. Sírvanse escoger cualquiera :

-Es que no vienes con interés. Tú nunca muestras interés.
-¿Tanto te cuesta aceptar mi opinión? Tú nunca aceptas mi opinión.
-¿Pero tú te crees que a mí me puede gustar eso? Tú nunca te has preocupado por conocer mis gustos.
-Coge un rato la bosa. Tú nunca te ofreces a echarme una mano.
-Pues claro que hay que cambiar el cuarto de baño. Tú nunca piensas que las cosas pasan de moda.
-¡Pero no cojas esos marcos! Tú nunca te preguntas si necesitas o no las cosas.
-De eso ya se llevo dos mi amiga Rocío y no le gustó. Tú nunca escuchas mis historias de mi amiga Rocío.
-¿Pagar a alguien para que nos lleve esto a casa? Tú nunca te planteas que pueda resultar más barato hacer las cosas por ti mismo.
-¿Que no has tomado las medidas de hueco en el salón? Tú nunca te preparas las cosas.
-Esto puedes pagarlo tú, para variar. Tú nunca te ofreces a pagar cosas de la casa.

Puede ser que la gente venga al IKEA a desahogarse y que se lleve una maceta para disimular. O puede ser que el Papa sí que ande por ahí. O puede ser que por algún pasillo aparezca un novillo dispuesto a tirarte al suelo. Ya tengo tantas dudas que todo es posible.

El caso es que, y ya vamos cerrando este post, salimos mal del IKEA, sí, pero todo tiene solución. Empecé con un consejo de algo que no debéis hacer y lo termino con otro que sí habéis de seguir. Tan pronto lleguéis a casa, pedís una pizza de Domino´s (la pecado carnal puede valer), abrís una botella de Barbazul y todo vuelve a su sitio.

El recuerdo de IKEA se debilita y se desvanece, como este post, que no ha financiado ni IKEA, ni el Papa, ni Domino´s. Y así nos va.

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