Elegimos este restaurante entre todos los que encontramos que ofrecen un descuento del 50% en una página de Internet. Leemos las críticas, miramos las fotografías y reservamos a las diez.
Yo soy puntual y espero, pegado a la luz del escaparate de una tienda para poder leer las primeras páginas del libro de John Banville que me he comprado. María no lo es porque tiene que coger dos autobuses para venir. Pensaba que llegaría en taxi y la veo avanzar por la calle, pequeña al principio y más grande conforme se acerca. Las cosas de la perspectiva.
-Hola - me dice.
Son las diez y cinco, lo que no me da derecho a quejarme. Además, el arranque del libro de John Banville es muy bueno y podría haber leído y leído toda la noche.
-Hola – le digo.
Y caminamos hacia el restaurante Le Café. Veo que la chica que trabaja en el Mestizo, el restaurante de al lado, tratando de que la gente se anime a entrar, nos mira con atención. Debe ser difícil conseguir cubrir costes una noche de agosto entre semana.
El Café tiene mejor pinta en las fotos que al natural, lo que no es empezar bien, pero la situación se corrige pronto con los platos, que parecen dignos de uno de esos restaurantes diseñados por un arquitecto que coloca su nombre en una placa a la entrada. Aquí no hay placas, sino rótulos de periódicos en las paredes, grandes reproducciones de algunas noticias de astronautas rusos y citas largas sacadas del Esquire del 54 sobre aquello que hace bueno a un restaurante.
“The atmosphere of a great restaurant will affect mostly cultured men and women in approximately the same way.It will conjure relaxation, it will invite depth and savor to fellowship.It will encourage reflection"
Pedimos anchoas, tomate con mozarella y atún. Para beber, una botella de Hito 2008. Todo se sirve muy bien presentado y está bueno, rico, sabroso. Diría que es una cocina honesta con los materiales, sacando de ellos lo que tienen sin intentar darle ese toque de más que justifica un precio más alto, una placa de arquitecto en la entrada y cierto cansancio en el comensal. Llevado al terreno del fútbol, pensaría en un Redondo : constante, efectivo y con su punto elegante sin llegar a la categoría de galáctico y sin pretenderlo.
Esa es la teoría, en la práctica, que es lo que cuenta, devolvemos los platos limpios, bien rebañados, mientras el vino, que no conocíamos y también nos gusta, nos va mejorando el humor : empezamos hablando de trabajo y terminamos hablando de trabajo, pero intentando reírnos un poco de la situación.
Me gusta también que el camarero que nos sirva, que parece el dueño, lleve vaqueros, y reaccione viniendo con el vino tan pronto nos sirven el aperitivo, me gusta la pequeña vela que está encendida en la mesa cuando nos sentamos, me gusta que las anchoas vengan acompañadas por dos cubitos para que en el pan extiendas una especie de salmorejo o pasta de aceitunas, me gusta tener una cita del Esquire delante, me gusta el sabor del helado que acompaña a mi tartar de atún, me gusta que el tamaño de la mesa favorezca cierta intimidad sin tener la sensación de que es pequeña, me gusta que después de nosotros se ocupen dos mesas a nuestro lado, me gustan los cubos de gelatina de canela que acompañan el postre, me gusta sentir junto a mi pie la bolsa con el regalo de María, me gusta la zona en la que está el restaurante.
El camarero de los pantalones vaqueros nos trae la cuenta, donde viene perfectamente detallado el descuento en cada plato. Me siento un poco culpable porque en ningún momento nos han hecho sentir diferentes, como del segundo turno. Para tranquilizar a mi conciencia, que por culpa de la botella de Hito, en vez de gritar se limita a murmurar como una portera a la que llenan el suelo de barro después de limpiarlo, decido que compensaré ese descuento con lo mejor que puedo ofrecer : esta entrada en el blog.
Así, gratuitamente.
Sí conviene decir, en lo que vamos camino del coche, donde le voy a dar a María su regalo de cumpleaños, que en la valoración más o menos objetiva del local también hay que incluir los elementos personales : la compañía, la temperatura al salir a la calle, el regusto de las frases de Banville y el hecho de que sea jueves. Todo es importante.
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