En este momento habrá mucha gente viendo el atardecer desde el Café del Mar, sí, pero nosotros no estamos ahí. He puesto este título porque he pensado en ellos mientras nosotros vivimos el nuestro frente a unas estructuras hinchables, sentados en dos sillas de plástico, viendo a Lucía y Daniel disfrutar como enanos de sus veinte minutos de saltos.
Veinte minutos : 2,5 euros. La relación entre el placer que obtienen y el coste es tan alta que bien podría servir también para definir lo que es tener seis años. Nunca vas a volver a sacarle tanto partido a las monedas que lleves en el bolsillo.
Así que lo que siento es envidia.
De los tres sitios en los que pueden saltar siempre eligen uno, dedicado a Los Simpson, que tiene una gran hamburguesa en la que tienen que subirse y aguantar todo lo que puedan. Ahí arriba, en solo veinte minutos, tienen una visión de lo que es el mundo. Conocen al chico que ayuda, al que aprovecha la ocasión para hacer amigos, al cabrón, a la que te echa una mano si te caes, al que se queja cuando le tiran y al que se ríe y vuelve a intentar subirse, al que se pone de pie como proclamándose el líder, a la que parece preocupada porque la llamen por los altavoces, al que busca a sus padres para que le vean o a la que mira desde lejos sin atreverse a subir.
Pasados los veinte minutos, pronuncian sus nombres por megafonía y los dos vienen corriendo. Se ponen los zapatos y comienzan a contarnos lo que han hecho. Para que el placer sea completo, nos tienen que contar lo que han hecho.
Les escuchamos sus explicaciones de lo que han hecho sobre la hamburguesa, como si hubieran ascendido a alguna cumbre. A lo mejor todos los que necesitan llegar al Himalaya y llenar todo aquello de porquería, como un recinto después de un concierto, es porque no experimentaron con cosas como ésta de pequeños. Les presto atención. Con envida, claro.
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